viernes, 6 de noviembre de 2009

CRÍTICA DIARIO EL PAÍS 6/11/2009

Tragedia: Sergio Muñoz y Noelia Campo en una historia de amor con agujas hipodérmicas



Una fresca mirada sobre Jean Cocteau en una flamante sala.

Alberto Zimberg dirige "Los padres terribles" con un gran elenco.



Dos experiencias en una: visitar la flamante sala "El Bardo", en Espacio Teatro y asistir a "Los padres terribles", de Jean Cocteau, que Alberto Zimberg puso en escena con un elenco encabezado por Roberto Bornes, Alicia Garateguy y Noelia Campo.

Hacía tiempo que Cocteau no ocupaba un lugar destacado en la cartelera uruguaya, siendo en ese aspecto uno de los tantos dramaturgos que el tiempo fue dejando a un costado. Ahora renació, en una versión llena de vida, que demuestra que no hay dramaturgo trasnochado si se lo sabe actualizar.
Para esa operación, el equipo de trabajo, muy profesional, eligió esta especie de obra de bulevar mezclada con melodrama y mucha literatura, que cuando su estreno en París (en 1938 en el Teatro de los Embajadores) había sido objeto de censura. Las relaciones incestuosas, las homosexuales, la infidelidad más allá de la clásica amante, son algunas de las puntas filosas que causaron estupor en su momento.
Ante esos y otros temas de la obra, el director propone una versión alocada, nerviosa, que incursiona en la parodia sin caer en lo carnavalero. Gestos desmedidos, acciones físicas expansivas, cumplen una función netamente estética y otra comunicativa, a la vez que producen mucho humor.
Ese registro está muy bien aprovechado por Garateguy y Carla Moscatelli, quienes interpretan a la pareja de hermanas protagonistas de una tensión que desemboca en tragedia. La creatividad del director se proyecta también en escenas con mímica, en el manejo del espacio fuera de escena, y en la conjunción de los rubros técnicos y el montaje, principalmente las luces, de Martín Blanchet.
Muchas veces en Montevideo las pequeñas salas de teatro han tenido que ser armadas y utilizadas por falta de mejores espacios escénicos. No es este el caso de El Bardo, que ubicada en la planta alta de una antigua casa del Centro (donde funciona Espacio Teatro, en Mercedes 865) permite ver teatro en un contexto diferente, íntimo, de cámara.
Zimberg aprovecha la estrechez del lugar para hacer la puesta en escena más estimulante, incluyendo luces y gritos que suceden en el resto del edificio. La escenografía, sencilla pero eficaz, es manejada por los actores, que incluyen esos movimientos alocados en el vértigo del conjunto de las acciones.
Cocteau suele ser un autor más interesante para leerlo que para verlo en escena. La escena porteña lo empezó a recuperar en los últimos tiempos, llevándolo incluso hasta la calle Corrientes. El equipo de Zimberg rescata para el público uruguayo este escritor valioso, por medio de un registro original, que corre por un kitsch prolijo, con personalidad, como ya lo había hecho en 2005 con Anhelo de corazón, de Carly Churchill, por la que recibió seis nominaciones a los premios Florencio.
Las acciones físicas, las sorpresas dentro de un lenguaje netamente teatral, el vestuario con toques de humor, el manejo de la utilería, todo suma para concretar un espectáculo divertido, que desgraciadamente fue declarado no apto para menores de 18 años, cuando justamente podría ser útil para el público adolescente.
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Un viaje de opio rumbo a la farsa

Llevada al cine por el propio autor en 1948, Los padres terribles fue escrita para su amante del momento, el actor Jean Marais, durante una larga sesión de opio de más de una semana. El tratamiento irreverente de un tema tan delicado como el amor obsesivo entre una madre y su hijo, fue pasado por las convenciones y clichés de teatro de bulevar -del adulterio a la confusión de identidades- creando una mezcla extraña de farsa y melodrama.
Edificada sobre un entorno familiar salvaje, donde los adultos se comportan como niños, la pieza había probado en 1995 su eficacia en los escenarios ingleses, cuando fue montada en Londres y Broadway con un elenco integrado por Kathleen Turner, Eileen Atkins y un desconocido llamado Jude Law.

Carlos Reyes El País 2009-11-06

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