Jorge Arias - La República
Asi como Christopher Lasch mostró ( "The revolt of the elites..." 1994) que la más grave del siglo XX fue la de la élites y no la de las masas, como sostuvo Ortega y Gasset, Cocteau sostiene aquí que lo malo no es el niño o el joven, sino sus padres.
Para ello tomó un argumento que parece por momentos un vaudeville y por momentos un melodrama por entregas. Un amor con ribetes incestuosos entre un hijo (Sergio Muñoz) y su madre (Alicia Garateguy), diabética e insulino dependiente, a quien su marido Jorge (Roberto Bornes) traiciona con la joven Magdalena (Noelia Campo) que es la amante del hijo. La cuñada, Leo (Carla Moscatelli), suspira por Jorge y urdirá los planes maléficos de estilo.
El autor, fuera de su obsesión de sorprender poniendo las cosas de través, no profundiza en la anatomía y función social de la familia contemporánea.
Posiblemente el camino que siguió el director Alberto Zimberg fue el único viable: retornar "Los padres terribles" al clima del bulevar que informa al argumento. Una decisión difícil, porque aún hoy es muy considerable en la literatura el prestigio de Cocteau como cineasta ("Orfeo"), pintor, novelista, dramaturgo, amigo de Picasso, Diaghilev y otros artistas que le reflejaron su fama; creemos que poco a poco aparece el verdadero y patético Cocteau, uno de esos casos en que faltó algo, quizás muy poco, para un genio que no fue. Si eso ocurrió por dispersión de esfuerzos o por simple frivolidad, no lo sabemos.
Vimos en Buenos Aires esta obra en el año 2007, con puesta en escena de Alejandra Ciurlanti. La directora se la tomó en serio y sobrevino el aburrimiento; pero algo en el fondo la hacía dudar, o algo entrevió, e introdujo un entremés cómico, fuera del libreto, a cargo de un actor de las sobresalientes condiciones de Luis Machín. Era como un signo de interrogación, una marca en un libro, una confesión de perplejidad; sea como fuere, el cotejo de ambas obras le da la razón a Zimberg. Es una pieza en la que no se puede dejar pensar al espectador. ¡No es tan inferior! Todo sucede aquí con velocidad, con ritmo, con algo de frenesí y vértigo; y así el melodrama es atenuado o domesticado por una sonrisa irónica.
El elenco pareció muy suelto y firme en esta tesitura, y a pesar de las dificultades para entradas y salidas de la sala "El bardo", se logró un espectáculo ameno y divertido.
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