sábado, 10 de octubre de 2009

Reir y Reflexionar - Cristina Landó - Semanario EL POPULAR - 9/10/2009

Semanario El Popular, 09-Oct-2009

Los padres terribles. De Jean Cocteau.
Con Roberto Bornes, Noelia Campo, Alicia Garateguy, Carla Moscatelli, Sergio Muñoz.
Versión y dirección Alberto Zimberg
Espacio Teatro ( Sala El Bardo )

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Reír y reflexionar
Cristina Landó


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El teatro francés entre 1918 y 1939 atraviesa en Francia por una etapa brillante y próspera. La segunda guerra mundial no lo detiene. Durante los años de la ocupación ( 1940-44) se produce el milagro de una actividad dramática intensa y valiosa, en forma de resistencia cultural y artística para mantener la libertad del espíritu frente a la fuerza del invasor. Después de la liberación ocupa el primer lugar en occidente gracias a los grandes autores que surgen en Francia. Entre ellos, Jean Cocteau. No es fácil sintetizar la obra dramática de Cocteau( 1889-1963). En referencia a sus piezas, desde las fantasías juveniles, pasando por sus adaptaciones de autores clásicos de la antigüedad, hasta sus obras típicas de la madurez, como “La voz humana” (1930), “La escuela de las viudas (1936), y, entre otras “Los padres terribles” (1938). Cocteau supo mezclar las técnicas del misto antiguo, de la comedia de costumbres, del drama psicológico, del teatro policial, de la fantasía, lírica, de la recreación medieval y del pastiche, para rescatar atractivos.
Cocteau ha sido uno de los escritores vanguardistas más originales y de mayor influencia entre loas dos guerras; espíritu brillante artista intuitivo y paradoja, ha abordado con audacia, marionetas, dibujo, ballet y cine, y todo de una forma personal y revolucionaria. Algunas de sus formas han espantado-y siguen agitando el confort de los buenos burgueses “Les parents terribles” es un drama torturador, desagradable, pero con ricos recursos escénicos, en el que presenta a una madre neurótica que desvía su amor maternal hasta extremos inverosímiles; los padres incomprensivos y llenos de prejuicios que se oponen al matrimonio del hijo que aspira casarse para evadirse del enfermo medio familiar. Otras personas de la familia intervienen para que todo sea una Melanie perturbadora, inquietante en la cual cada uno agrega su propia parte insalubre, egoísta, confusa, ambivalente, inescrupulosa, que no claudica con facilidad para moderar generosamente el trámite de la existencia. Primero que nada – y el gran mérito de Alberto Zimberg- ha sido dar vuelta literalmente hablando el espíritu dramático de Cocteau, hasta convertirlo en un ácido vaudeville, si se quiere una farsa teatral agria que se parece mucho a la realidad actual. Zimberg ha transformado- sin tocar la pluma de Cocteau, la espina dorsal que recorre la pieza. Y el resultado es estupendo; habla de un director de mucha inteligencia, culto y sensible que sabe cómo llegar a lo que se propone. En la versión de Zimberg, los juegos de palabras, equívocos y artificios, las largas tiradas, las retóricas de las tesis, resisten la gravedad y – sin perder a Cocteau de vista – el versionista revierte adrede no obstante muy bien elaboradas las acciones del desarrollo. El humorismo que Zimberg interpone se hace telegráfico, las situaciones vertiginosas, la yuxtaposición de elementos disímiles, el formidable dinamismo del proceso escénico, hacen del espectáculo un dechado de momentos descacharrantes que nunca pierden su ingénito realismo. Aún con esta libertad en la versión, surgen soterradamente muchos rasgos característicos de la tradición teatral francesa. Zimberg enfatiza el despojamiento de hipócritas artificios encubridores de las pasiones del hombre común. Por muchos momentos se advierte una retórica egocéntrica, parcialmente superficial. El trabajo del director no es una farsa lírica; su panorama no pretende ser exhaustivo, tampoco omite los esbozos dramáticos- que cada cual se los lleva para la introspección- , ni se preocupa por representar al teatro de ideas. La versión nos evoca al teatro de lengua francesa después de 1950, cuando si bien se sufría considerables transformaciones, recibía- como recibe en esta versión- el aporte de un director que le imprime orientación que logra romper con las normas más o menos tradicionales, entonces tan seductoras. Con relación a esta versión de Zimberg, podríamos hablar de un “antiteatro”, casi cerca de una expresión caricaturesca, farsesca, por lo menos de formas teatrales originales, que no dividen lo trágico de lo cómico, rechazando la teoría de las unidades despojadas de la psicología convencional, de cierto idiotismo y repetición de un lenguaje insólitamente coloquial. Todos éstos son factores anacrónicos, para el caso, que no expresarían la crisis de la comunicación y el absurdo social dentro del cual se mueve el hombre de hoy. El elenco tiene una homogeneidad tan escrupulosa que –pensamos- contribuye a la precisión y el fantástico resultado. Roberto Bornes, Carla Moscatelli, Alicia Garateguy, Sergio Muñoz y la encantadora Noelia Campo forman un grupo que tienen como premisa el dinamismo actoral, las casi ausentes pausas- porque se perdería el ritmo de la impronta del director- , los movimientos escénicos irreprochables, la gracia que van desparramando en todas las acciones y los sensacionales remates marcados e interpretados con una enorme solvencia.

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