LOS PADRES TERRIBLES Jean Cocteau
“Los padres terribles” puede ser –y es- un drama estremecedor. El amor edípico entre una madre absorbente y un joven demasiado inocente (o al menos “demasiado”en apariencia) es el disparador de una anècdota de fuerte impacto melodramàtico, pero al que Jean Cocteau vistiò con una pátina de humor que no alcanza para desvanecer el verdadero drama. Incluso en momentos de su estreno en Paris con Jean Marais como protagonista, la obra tuvo algunas dificultades con las autoridades. Lo que narra Cocteau es especialmente conmnocionante, y un tanto previsiblemente en los momentos finales no logra eludir el verdadero drama .
Una madre que roza el incesto, una tia manipuladora, un jovencito que se enamora de la joven amante de su padre ignorando por supuesto la situaciòn, son elementos que podrían alimentar cualquier melodrama convencional, pero en manos de Coc teau, ese drama se beneficia de una ironìa feroz,un extremo que el dramaturgo maneja con notable facilidad. No falta el humor en esta historia, aunque ese humor (sustentado en un hecho que no elude su dramatismo) debe mantenerse en los limites del desborde, para no comprometer su impacto. No obstante el joven director Alberto Zimberg se lanzó de lleno al absurdo en medio de una puesta por momentos delirante en el que dió entrada tanto al grotesco como al vodevil.
El resultado fue irregular, es cierto, pero no por ello falto de talento. Zimberg exasperó el drama, recurriò a una comicidad por momentos un tanto primaria, caricaturizó a los personajes hasta limites extremos, pero en definitiva logró potenciar adecuadamente el impacto del texto original.
En un escenario mìnimo como el de la sala II de Teatro Espacio, Zimberg logró mover con soltura a sus intérpretes, recurriendo a una ingeniosa escenografía de Claudia Schiaffino y Beatriz Martinez. El elenco por su parte respondiò adecuadamente a sus exigencias con especial lucimiento de Alicia Garateguy, bien acompañada por Carla Moscatelli y por la deliciosa presencia de Noelia Campo como esa joven dama que incendia la precaria estabilidad familiar. Sergio Muñoz aniñó demasiado a su personaje pero no desentonò en un quinteto en el que Roberto Bornes, un actor de definida personalidad para la comedia, supo mantenerse en el filo del drama y de la farsa, sin perder nunca su equilibrio. Un aporte esencial estuvo en una banda sonora que recurriò con mesura a un tema contagioso y revelador: El resultado es un espectáculo dinàmico, por momentos un tanto estridente, ingeniosamente planteado y servido por un elenco eficaz. Quizá la obra de Cocteau hubiera necesitado una mayor mesura para evitar tanto desborde pero Zimberg se las ingeniò para dar credibilidad a una puesta decididamente original.
Yamandú Marichal - Carve
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