COMEDIA NEGRÍSIMA
“Los padres terribles” de Jean Cocteau – Dirigida por Alberto Zimberg – Con la actuación de Roberto Bornes, Noelia Campo, Alicia Garateguy, Carla Moscatelli y Sergio Muñoz – Escenografía : Claudia Schiaffino, Beatriz Martínez – Vestuario : Paula Villalba – Iluminación : Martín Blanchet – En Espacio Teatro, Mercedes casi Andes
Jean Cocteau (1889-1963) fue una de las grandes personalidades de la vida intelectual francesa durante varias décadas (de los años veinte a los cincuenta) en el siglo pasado. Poeta, novelista, dramaturgo, pintor, diseñador y cineasta, escribió entre otras cosas algunas obras muy críticas de la burguesía decadente de su época, de la cual formaba parte de manera bastante entusiasta. Si bien terminó su vida como un respetado académico no dejó de provocar algunos resonantes escándalos. Uno de ellos fue provocado por “Los padres terribles” que poco después de su estreno en 1938 fue censurada por inmoral por el Consejo Municipal de París.
La indignación de entonces parece un exceso en nuestros días. Con ello, cabe reconocer que los moralistas o seudo-moralistas de la pre-guerra tenían algunos argumentos razonables.
Después de todo, “Los padres terribles” ofrece un muy variado cocktail de inmoralidades que incluye una relación erótica obsesiva entre una madre y su hijo, infidelidades surtidas y engaños inescrupulosos de varias clases. Los personajes actúan movidos por una lógica perfectamente amoral, en la que siempre las soluciones más ridículas y aberrantes coinciden armoniosamente con sus conveniencias. El director Alberto Zimberg pudo haber minimizado el aspecto humorístico y privilegiado los aspectos sociales o sicológicos de la obra, pero con muy buen criterio armó la puesta como una comedia loca, loca. El sugestivo escenario intimista de la sala más pequeña del Espacio Teatro (con la sugestiva escenografía de una cama de matrimonio para todo uso) contribuyó a subrayar y amplificar todas las estridencias y los excesos farsescos de la trama.
Pero lo esencial fue el excelente trabajo de los actores. Alicia Garateguy fue la “soprano de coloratura” de la pieza con su composición de histérica total, posesiva, egoísta, y monomaníaca. No le anduvo a la zaga Carla Moscatelli como la manipuladora inescrupulosa e incansable, dispuesta a todo para conquistar a su elusivo y despistado cuñado. Roberto Bornes, como el “pater familias” combina muy bien la falsa respetabilidad con la tontería disfrazada de sensatez. Aún en un el clima salvaje y desmelenado de la pieza, el enfoque marcado para el rol del hijo a cargo de Sergio Muñoz parece desmesurado. Es un niño retardado cuando debía ser un falso adulto.
Pero al margen de este detalle menor, es un espectáculo para reírse con ganas.
Egon Friedler - SEMANARIO HEBREO
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